15 mar 2017

LEYENDA 28 EL FANTASMA DEL TEATRO MARÍA GUERRERO

La orden la dio El marqués de monasterio Alfonso Osorio de Moscoso. Agustín Ortiz de Villajos fue el encargado de construir y proyectar el teatro María Guerrero de Madrid. Fue entre 1884 y 1885, y se creó con capacidad para 550 personas. Se inauguro el 15 de octubre de 1885 con la obra “Muérete y verás” de Bretón de los Herreros y el sainete “El corral de las comedias” de Tomás Luceño. De estilo neoclásico, se llamó antiguamente teatro de la Princesa. Contó aquel día con la presencia de la destronada Isabel II la Reina María Cristina. El teatro no pasó por muchas manos antes de que el matrimonio formado por Femando Díaz de Mendoza y la intérprete María Guerrero lo compraran el 20 marzo de 1908. Se convirtió en el centro de las actuaciones de la actriz, estrenando obras de Jacinto Benavente, valle Inclán, Pedro Muñoz seca los hermanos Álvarez Quintero o Benito Pérez Galdós. La pareja tras perder una gran e importante cantidad de dinero, vive en la zona alta del teatro, habilitada para ello. Fue su residencia hasta 1928, año en el que fallece la actriz. En 1931, cuando el teatro toma el nombre de la intérprete, es cuando comienzan a notarse los fenómenos extraños, como luces que se apagan y encienden sin ton ni son y a destiempo. Pero todo ello cae en el olvido durante la guerra civil española. El teatro María Guerrero permanece cerrado por lo tanto hasta 1940, un año después de finalizar la contienda reabre sus puertas. Pasó por las manos de infinitos directores teatrales incluido el gran Adolfo Marsillac hasta que entre los veranos de 2000 y 2003 se realizan obras de adecuación y remodelación en el local. Se rehabilita la cafetería, se crea la sala Princesa en honor a su primer nombre y es cuando se oyen golpes en mitad de la noche, y la maquina del café se enciende y expende café sola. Pero la leyenda que más se oye y corre por sus pasillos y platea, es que se puede ver la figura de la propia María Guerrero deambulando por el teatro, sentada en el patio de butacas tras una función, o por los pasillos de la zona alta del teatro, siendo los trabajadores actuales los que más hablan de ello. Realidad o leyenda, larga vida y prosperidad a un teatro que perdura con el paso del tiempo.




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