LA MALLORQUINA LLEVA CASI 120
AÑOS DANDO OLOR A RECIEN HECHO A LA PUERTA DEL SOL
Niño, sube estos anisetes y esta merienda a la 98. Así le reclamaba
servicio el metre del hotel emperador al botones. En la bandeja, anisetes, un
café recién hecho y una bamba con nata. Su procedencia, uno de los hornos más
antiguos y castizos de Madrid. La Mallorquina lleva casi 120 años dándole olor
a la puerta del sol, gloria bendita comenta la señá Adela. Su nombre de debe a su fundador Juan Ripoll, un hombre de origen balear que decidió
probar fortuna y emigrar a Madrid como tantos y tantos. Pasada la guerra civil
española, su familia vendió el negocio a sus actuales propietarios que han sabido
darle continuidad y fidelizarla como todo un símbolo en las tardes de Madrid.
Los turistas se doblegan ante el
artesanal sabor de sus napolitanas de crema. Otros viandantes prefieren
croissants, las abuelas café en la mesa, toman ensaimadas y se sirve para
llevar al peso trufas de chocolate,
lenguas de gato, pastelitos de crema, es un pedazo de paraíso en el corazón de
la ciudad. En semana santa, son especialistas en elaborar los postres típicos
de la comunidad. Huesos de santo, rosquillas de San Isidro, torrijas, listas y
tontas, o ya en navidad y con un sabor como yo nunca hubiera probado, el roscón
de reyes. Una experiencia única de sabor.
Su salón ha visto pasar
infinidad de personas populares y famosas. Todos en algún momento de su vida se
han sentado a degustar sus mieles y dulces. La historia se palpa, la máquina
del tiempo funciona de nuevo sentado en él. Da la sensación de ver pasar en
cualquier momento don Francisco Ayala a merendar. Su mobiliario de época así lo
sugiere.
Su escaparate es también un
ejercicio visual y gustativo, permanece como siempre estuvo. A la vista, violetas,
gajos de naranja, cajitas y empaquetados para llevar de cualquier producto
recomendado, aunque si me piden opinión sobre mi manjar
preferido de la Mallorquina, sin duda, su bamba con nata. Un placer histórico
en un lugar que por suerte aún perdura.
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