16 mar 2013

TIENDAS IMPRENSCINDIBLES 6. LA MALLORQUINA




LA MALLORQUINA LLEVA CASI 120 AÑOS DANDO OLOR A RECIEN HECHO A LA PUERTA DEL SOL

Niño, sube estos anisetes  y esta merienda a la 98. Así le reclamaba servicio el metre del hotel emperador al botones. En la bandeja, anisetes, un café recién hecho y una bamba con nata. Su procedencia, uno de los hornos más antiguos y castizos de Madrid. La Mallorquina lleva casi 120 años dándole olor a la puerta del sol, gloria bendita comenta la señá Adela.  Su nombre de debe a su fundador  Juan Ripoll, un hombre de origen balear que decidió probar fortuna y emigrar a Madrid como tantos y tantos. Pasada la guerra civil española, su familia vendió el negocio a sus actuales propietarios que han sabido darle continuidad y fidelizarla como  todo un símbolo en las tardes de Madrid.
Los turistas se doblegan ante el artesanal sabor de sus napolitanas de crema. Otros viandantes prefieren croissants, las abuelas café en la mesa, toman ensaimadas y se sirve para llevar al peso  trufas de chocolate, lenguas de gato, pastelitos de crema, es un pedazo de paraíso en el corazón de la ciudad. En semana santa, son especialistas en elaborar los postres típicos de la comunidad. Huesos de santo, rosquillas de San Isidro, torrijas, listas y tontas, o ya en navidad y con un sabor como yo nunca hubiera probado, el roscón de reyes. Una experiencia única de sabor.
Su salón ha visto pasar infinidad de personas populares y famosas. Todos en algún momento de su vida se han sentado a degustar sus mieles y dulces. La historia se palpa, la máquina del tiempo funciona de nuevo sentado en él. Da la sensación de ver pasar en cualquier momento don Francisco Ayala a merendar. Su mobiliario de época así lo sugiere.
Su escaparate es también un ejercicio visual y gustativo, permanece como siempre estuvo. A la vista, violetas, gajos de naranja, cajitas y empaquetados para llevar de cualquier producto recomendado, aunque si me piden opinión sobre mi manjar preferido de la Mallorquina, sin duda, su bamba con nata. Un placer histórico en un lugar que por suerte aún perdura.

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